La Santa María nunca existió

La Carabelas de Colón ¿qué era en realidad La Santa María?

La historia que nos han vendido es que Colón partió a su viaje de expedición en busca de las Indias por un camino más corto n tres Carabelas construidas en los astilleros de Palos de la Frontera en Huelva.

Pero ¿fue realmente así?

Otro misterio que rodea a Colón, pues ninguna de las embarcaciones se conserva ni sus restos han sido encontrados jamás.

Para empezar las naves que se utilizaban en la época para el comercio se llamaban Carracas y eran de procedencia árabe.

Vamos que cuando decimos de algo que es una carraca, como algo viejo y cochambroso, nos estamos refiriendo a los antiguos navíos medievales que surcaban los mares desde el 1200 con una carga considerable. Decían que cabían hasta 1000 barriles gracias a su panza redondeada. Eran especialmente apreciadas por los marinos comerciante genoveses, quizás por eso Colón eligió el modelo para su viaje.

También había otro tipo de embarcaciones claro, como los superfamosos Galeones, y, por supuesto la Carabelas. Pero las Carabelas eran mucho más pequeñas y ligeras, surcaban muy bien los mares, con unas inmensas velas (en la época no había motores, solo velas y remos).

El adorno de las cruces en estas velas se debe a Enrique el Navegante, infante de Portugal de un siglo antes y que era Gran maestre de la Orden de Cristo, sucesora de la Orden del Temple en las tierras portuguesas, una vez esta desapareció, como bien sabemos. Este dio su forma definitiva a las Carabelas.

Pero, vamos con las tres famosas Carabelas de Colón.

Empezamos por la niña, que esa, al parecer sí que era un Carabela, que ya estaba construida y solo fue comprada y cuyo nombre era, probablemente, Santana, aunque la gente la conocía como la Niña ya que su propietario, un armador de Palos, se llamaba Juan Niño.

La intención era, al parecer rebautizarla como Santa Clara, cosa que nunca llegó a suceder porque cuando la gente se empeña en poner un apodo es el apodo el que prevalece y con la Niña se quedó.

Después esta la Pinta, que sería una Carabela modificada y que no hay forma de saber de dónde le viene su nombre.

Hay quien ha llegado a decir que estaba pintada de numerosos colorines, como si de una prostituta se tratara, pero esta hipótesis ha sido descartada ya que el catolicismo de los Reyes no lo hubiera permitido. El porqué de su nombre queda para el misterio.

Y, por fin, la gran nave, la Santa María, que casi con toda probabilidad, jamás ostentó ese nombre.

De hecho, Colón nunca se refirió a ella con tal denominación, sino que la llamaba simplemente la Nao y nao era el nombre que se daba comúnmente a las Carracas. Bartolomé de las Casas, el historiógrafo oficial al que hay que coger con pinzas, se refiere a ella como Carraca, y nunca la llama Santa María, sino Capitana.

Se sabe que era la de mayor dimensión, que fue construida en Galicia y que, por tanto, se la llamaba la Gallega. Lo de Capitana debió de ser un apelativo de Fray Bartolomé por ser la nave más grande y en la que iba el Almirante.

Así pues, lo de las tres Carabelas de Colón es otro mito más que hay que añadir a una historia envuelta en el misterio. Ni la niña se llamaba niña, ni la Pinta se sabe su procedencia real y, desde luego la Santa María no era una Carabela, ni se llamaba Santa María.

¿Cuál fue el destino de estas embarcaciones?

Pues no se sabe a ciencia cierta.

La grande, la que ha pasado a la historia como Santa María, embarrancó y se hundió en alguna parte indeterminada, ya que todos los esfuerzos por encontrarla han resultado infructuosos hasta la fecha. También es verdad que no se sabe muy bien dónde buscar. Aunque circulan hipotésis de que sus restos se usaron para construir un fuerte para los que se tuvieron que quedar. Con una nave menos, todos no cabían de vuelta.

La niña se convirtió en la nave principal tras el desastre y fue la que trajo a Colón de vuelta y participó en algún viaje más para luego perderse su rastro para siempre.

De la Pinta se dice que debió ser reciclada y convertida en otra nave. Tampoco se sabe nada de su paradero.

Entonces ¿de dónde salen las réplicas que se exponen o se han expuesto en diferentes partes del mundo?

Pues tomando parte de las descripciones de unos y de otros y añadiendo un poco de imaginación. No deja de ser un atractivo turístico que no histórico para quien las posee.

Una de las réplicas más famosas estuvo como atracción turística en el puerto de Barcelona (España) durante 40 años.

Esta fue construida en 1951 para el rodaje de una película “Alba de América” dirigida por Juan de Orduña y protagonizada por Amparo Rivelles y Juan Vilar. Terminado el rodaje fue cedida al Museo marítimo de Barcelona y anclada en el Muelle de la Paz, donde permaneció 40 años como una de las mayores atracciones turísticas.

La verdad es que cuando uno entraba no se encontraba con una majestuosa y enorme nave, sino con algo bastante pequeño.

Imagino que no fue construida a la verdadera escala, aunque sí siguiendo las pautas de construcción.

No podías dejar de maravillarte de la enorme proeza que debió ser pasar tres largos de travesía en el Atlántico en semejante cascarón. Valor desde luego no les faltaba a los navegantes de la época.

En los años anteriores a los juegos olímpicos del 92 sufrió varios ataques vandálicos por parte de grupos contrarios a lo que simbolizaba, hasta que, en 1990, la organización terrorista “Terra Lliura” le pegó fuego y la dejó en un estado que se calificó como no apto para restaurar debido al alto coste.

Tal vez sería mejor decir que se cansaron de sufrir atentados y prefirieron quitarla de en medio, ya que, lo que quedaba de ella, fue discretamente llevada a las costas del Maresme, a unos kilómetros al norte de Barcelona y hundida para siempre a 57 metros de profundidad. Nunca ha vuelto a haber una réplica de las Carabelas en Barcelona.

Sin embargo, podemos ver una réplica de las tres en el Muelle de las Carabelas en palos de la Frontera, las cuales son capaces de navegar y de, vez en cuando, hacen expediciones para poder recrear a turistas de otras tierras.

Si bien no estamos ante la reproducción exacta, nos sirve para darnos cuenta de la magnitud de la aventura en la que se embarcaban los aguerridos navegantes de otras épocas.

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