Seguro que más de una vez te has hecho esta pregunta. Sobre todo, si eres amante de los gatos.
Pues, la verdad es que, aunque corre por Internet la leyenda de que esta superstición proviene de una en concreto que te voy a explicar a continuación, eso no es del todo cierto.
Efectivamente, la explicación más extendida que corre por Internet, atribuye el origen de la misma a un padre y un hijo en Lincolnshire (Inglaterra), cuando, en plena época de “Caza de Brujas” en torno al 1560, se cruzaron una noche con un gato negro que atacó al hijo.
Tras la “disputa” ambos salieron mal heridos y el pobre gato, magullado y cojeando, corrió a esconderse en casa de una anciana que vivía cerca.
Al día siguiente, la anciana apareció también magullada y cojeando, de manera muy parecida a la del gato, lo cual llevó al padre y al hijo a deducir que la anciana era una bruja que se convertía en gato negro.
Y, así de simple, esto dio lugar a la leyenda de la mala suerte del gato negro.
Esta explicación, sin embargo, hace aguas por todos los lados.
Primero, es muy difícil que un gato ataque sin razón a un ser humano, ya que lo que suelen hacer es huir.
Segundo, aún más difícil es que, en plena noche, los personajes en cuestión fueran capaces de ver donde se escondía un gato negro, siendo ya difícil de por sí vislumbrar a uno de color más claro.
Por último, resulta que los gatos, incluidos los negros, son considerados de buena suerte, no de mala, en Reino Unido, dónde es bien conocido el fervor que profesan a los animales en general.
Es prácticamente imposible que esta leyenda sea cierta.
Pero, entonces ¿de dónde sale la creencia de que los gatos negros dan mala suerte?
Echemos un vistazo rápido a la historia:
Los gatos más famosos del mundo son los del Antiguo Egipcio, donde eran apreciados y venerados. Seguramente porque mantenían a raya a la población de ratas.
Incluso, una de las diosas más importantes del Antiguo Egipto, era una gata.
Así es, Bastet, era una diosa con una curiosa peculiaridad: se comportaba como una gatita cariñosa mientras estaba contenta y tranquila, pero se transformaba en una leona sangrienta si se la hacía enfadar.
Los gatos en Egipto eran animales sagrados y protegidos. Tanto que, a su muerte, eran momificados y ocupaban un lugar de honor en las tumbas. Tanta era su veneración que, a la muerte del gato de la familia, los egipcios se afeitaban las cejas en señal de duelo.
A todo esto, no se hacía distinción alguna en el color del gato en cuestión.
Aunque el típico gato egipcio, con el que representaba también a la diosa Bastet, no sólo es de color azul muy oscuro, casi negro, sino que, además, no tiene pelo.
Matar un gato en la época faraónica era considerado un crimen capital y una posible condena a muerte.
El caso es, que fueron al parecer los fenicios, quienes, dándose cuenta de la utilidad de los gatos para combatir a las ratas, intentaron el comercio de gatos desde Egipto. Pero, lógicamente, éstos no iban a comerciar con un animal sagrado, así que la forma en qué los obtenían es un secreto bien guardado.
Ya sea que los robaron, ya sea que algunos egipcios, no tan respetuosos con la tradición, les proporcionaran los felinos, lo cierto es que los Fenicios empezaron a llevar gatos en sus barcos para combatir las plagas de ratas y ratones.
A, partir de eso, la tradición se extendió a los griegos y, luego a todos los marinos en general. Pronto, los gatos se extendieron por todo el Mediterráneo. La mayoría de esos gatos eran negros, por la simple razón de que eran menos llamativos para las ratas a las que querían combatir.
A España también llegaron los gatos gracias al comercio de los fenicios.
Los primeros debieron ser negros por razones obvias. Pero, los Vikingos, que también habían descubierto esta habilidad de los gatos, los preferían de color rayado naranja. Y, entre las incursiones de unos y de otros, las poblaciones de gatos fueron mezclándose y dando colores de lo más variado.
Mientras todo eso ocurría, los pequeños mininos eran apreciados y mimados para que cumplieran su misión.
Los romanos, sin embargo, no les tenían demasiado aprecio y, para el mismo cometido, usaban a las comadrejas.
Lo sabemos porque las representaciones de gatos en el arte romano son muy escasas, así como las apariciones de éstos en sus relatos.
Aunque se atribuye el origen de la palabra gato al latín cattus, lo cierto es que no está muy claro, ya que el nombre que sí es seguro que empleaban era el de feles, del cual proviene felino. Parece que lo más probable es que provenga de los vikingos y que sea una adaptación de la palabra inglesa cat. Se ha dicho que Catón, nombre de una poderosa familia romana, tendría la misma raíz, pero esto es del todo incierto.
Hasta ese momento, los gatos, especialmente los negros, eran unos apreciados compañeros del Ser Humano.
Pero…
De repente, durante la Edad Media, el gato empieza a ser considerado como un símbolo de herejía y brujería.
Se dan diferentes explicaciones a este cambio de suerte de los pobres mininos.
Una de ellas es la leyenda que hemos visto arriba. Otra, hace responsable de ello al Papa Gregorio IX en 1213, quien habría emitido una bula para exterminar a los gatos por ser considerados satánicos.
Una vez más, esta información también es errónea, puesto que, esta Bula, fue emitida para unicamente para la zona de Renania, a petición de un Inquisidor que basaba su acusación en una declaración, obtenida bajo tortura de un acusado de brujería. En esta declaración, confesaba practicar un Ritual en el cual se besaba el trasero de un gato.
Eso sí, el beso en cuestión, era el tercer paso del Ritual después de hacer lo mismo con un sapo y un ganso. No me imagino yo a un gato dejándose besar sus partes traseras.
Aunque, también es verdad que un gato te muestra su parte trasera, incluso te la pone en la cara, para demostrarte que gozas de su completa y total confianza.
Vamos que, tal acto, es un gran honor que te hace tu gato.
A lo que íbamos. Se ha echado la culpa a esta Bula Papal de un exterminio masivo de gatos en esa época. Tal masacre habría hecho menguar de tal forma la población de felinos que aumentó la de las ratas, causando la Peste que aniquiló a millones de personas.
El problema de esta explicación es que, entre uno y otro hecho, hay una diferencia de 100 años.
Vamos, que, ésa teoría, tampoco se sostiene.
Sin embargo, en 1484, otro Papa ocuparía la silla Papal tomando el nombre de Inocencio VIII. Éste, de origen genovés, convierte su mandato de apenas diez años en una persecución brutal de la Brujería; escribe algunas obras, dicta una Bula en contra de la misma y… ¡excomulga a los gatos! a los que consideraba firmes aliados de brujas y brujos. Bien a su pesar, no provocó extinción ninguna de dichos animalitos.
Pero… ¿entonces de dónde sale la superstición de los gatos negros?
Pues, no lo sabemos. Hay que admitirlo.
Debe haber sido un proceso acumulativo.
Probablemente, por leyendas parecidas a la del padre y el hijo ingleses.
Las Bulas papales.
El hecho de que la Iglesia haya intentado siempre deshacerse de las tradiciones paganas. Y, claro está que, entre esas tradiciones, estaba la sacralización de los felinos.
Un poco de aquí y un poco de allá, y tenemos servida una superstición.
Le ha tocado al gato negro, probablemente, porque en un inicio era el más extendido. Y, porque su color, el negro, se ha asimilado desde siempre a la oscuridad y, por extensión, a lo maléfico.
Seguramente, las brujas preferían el gato negro porque asustaba mejor a los vecinos molestos.
El caso es que estos adorables animalitos han sufrido las consecuencias. Son los menos adoptados por las personas que buscan una mascota.
Espero que, después de leer este artículo, no tengas ningún inconveniente en poner un gato negro en tu vida. Además de un divertido y cariñoso compañero, tendrás una verdadera belleza felina en tu hogar.